La prostitución, ese misterio

Por Rolando Hanglin [¡Ja! Ni sueñen que yo escribí esto]

Dicen que es el oficio más viejo del mundo. Más antiguo entonces que el chamán, que la alfarera, que el cazador, que el leñador, que la comadrona...

Suponemos que es cierto, puesto que todo el mundo lo repite y nosotros también. Si uno visita las ruinas de Efeso, o de Pompeya, pronto encuentra los edificios más llamativos: el templo, los baños públicos, el prostíbulo.

En una palabra, la prostitución ha existido siempre. Y toda la vida se ha verificado una relación hombre-mujer donde hay dinero de por medio. Por lo general, siguiendo el esquema clásico: el hombre paga, la mujer accede.

¿Por qué será?

Es cierto que ahora hay también gigolós y taxi-boys, pero son una minoría si ponemos en perspectiva la historia de la humanidad. Por algún motivo, el hombre quiere y la mujer no quiere, el hombre paga y la mujer cobra. Esto se refiere no sólo a la prostitución tradicional, en que un hombre visita una casa de lenocinio, elige una chica que le gusta, paga y tiene comercio carnal con ella. Eso es prostitución en estado puro, pero también están las escorts, las masajistas de sauna o de aviso clasificado, las mantenidas o "bancadas", que aguardan en un departamento la visita del amante. Este último es, naturalmente, un señor de buena posición que compró dicho departamento y lo puso a nombre de la chica.

¿Por qué hacemos estas cosas?

Si fuimos creados por el mismo Dios, tenemos las mismas necesidades. El sexo es una pulsión del cuerpo humano (otros dicen que del alma) y vale tanto para los hombres como para las mujeres. Sin embargo, son muy pocas las señoras que, porque están viudas o aburridas o solitarias, se atreven a marcar el teléfono de un taxi-boy. Tal vez no sólo por repugnancia moral, sino porque tienen miedo de que se les presente un maleante, las asalte y las achure. Correcto. ¡Pero a los hombres también nos pasan cosas! Nos narcotizan, nos acuchillan, nos roban...

Debe de haber otra razón, más allá de la seguridad física. El cuerpo nos pide lo mismo a todos.

¿O no nos pide lo mismo?

La vida funciona como si el varón fuera un sátiro sediento de sexo, dispuesto a seducir, toquetear, contratar y si es preciso violar a las que se pongan a tiro. En cambio, la mujer actúa como si el sexo no le interesara. Le produce escándalo, asco, rechazo... Es como que le da impresión.

Entonces: un grupo determinado de mujeres, acorraladas por la miseria o la haraganería, decide dedicarse a atender señores. Ganan buen dinero y esto compensa el asco que padecen.

Me dirán que las prostitutas deben entenderse con los hombres más feos, más desfavorables, los deformes, los inválidos, los perdidos. Los que no consiguen pareja. De acuerdo. Pero también hay mujeres feas, de mala dentadura y cuerpo sin gracia... ¡Y sin embargo no buscan prostitutos!

Hay una diferencia entre nosotros y ellas. Una profunda diferencia. Y yo no la puedo entender.